jueves, 27 de febrero de 2014

La moto

Las llamábamos 'amoto' en aquellos años en que casi ni sabíamos hablar. Después la empezamos a llamar con su nombre cierto, motocicleta, o simplemente moto, para abreviar. Aunque bien es cierto que a la larga tuvimos una connotación distinta para cada palabra: la moto era un vehículo potente, de suficiente cilindrada para comerse el mundo, mientras que la motocicleta o 'motilla' era algo más de andar por casa. 

Una moto que nos llegó un día y que era harto diferente fue la Vespa a la que popularizaron Grepory Peck y Audrey Hepburn en la película Vacaciones en Roma que tanto éxito tuvo en nuestra Ciudad. En estos días hemos visto a esta pobre motocicleta de la fotografía (Vespa o Vespino), desguazada sin piedad en una calle, que ha terminado sus días como si de un viejo y destartalado árbol se tratase, en un hueco para árbol de los de verdad. Alguien debió tenerle manía a la pobre moto lo que le llevó a hacerla una pifia, un desecho. La pobre habrá sufrido en verdad viéndose coja, con una rueda tan solo, con la que no puede circular. Y habrá llorado su pena derramando como lágrimas amargas, el combustible y el aceite que guardaba en sus depósitos hoy rotos y desencajados. 

lunes, 24 de febrero de 2014

De paso

Un buen día de hace unos años, nos encontramos con un hombre que estaba de paso en nuestra Ciudad. El hombre estaba tendido en un muro cercano al mar y parecía dormir. Al acercarnos abrió sus ojos azules y nos miró con la curiosidad conque nosotros le mirábamos. Supimos que era extranjero y en un inglés chapurreado iniciamos una conversación que, valgan verdades, duró muy poco. Supimos que estaba de paso y que había venido de un país situado en las antípodas de Canarias. Era, dedujimos, un trotamundos que con sus pertenencias a cuestas hacía turismo yendo de aquí para allá. Le pedimos que se sentara y no puso peros a la fotografía. Su larga melena y su barba le daban aspecto de lobo de mar y en su media sonrisa y en sus ojos se veían unas chispas de amabilidad hacia nosotros. Hoy nos preguntamos que ha sido de el, si siguió su camino por el anchuroso mar o por los cielos abiertos hacia países lejanos o si quedó entre nosotros y aquí terminó echando raíces. Era, el nos lo dijo, tan solo un hombre de paso. 

sábado, 22 de febrero de 2014

Colores

Los miles y miles de coches que circulan en nuestra ciudad tienen un solo color. Los hay negros, blancos, grises, encarnados, amarillos... pero es difícil encontrar alguno que no sea monocolor. Como la salvedad justifica el aserto diremos que los pequeños Minis, por ejemplo, son muy lindos con dos colores: un color para carrocería y otro para el techo, y los hay incluso que tienen pintura a cuadros como si fuesen tableros de ajedrez. (También las guaguas tienen dos colores pero ello es otra historia). Lo que predomina en la mayoría de los coches, sin profundizar mucho en la apreciación, es la unicidad en el color, o cuando menos una falta de imaginación para su decoración externa, salvo que la razón sea que la pintura sale por un ojo de la cara. Por ello ayer, al ver aparcado junto a la acera en una calle un hermoso coche (un 4X4, seguramente) luciendo unos dibujos geométricos llenos de colorido, nos llevamos una alegría. Fue como si el arco iris hubiera salido de la negrura del asfalto y se levantara sobre nosotros. ¡Cosa linda, usted! Era un coche con pintura Op Art -pensamos- lleno de color. Y de qué grata manera destacaba en la placidez de la tarde en el paisaje urbano. 

viernes, 21 de febrero de 2014

Sin rosas

Fuimos al parque en busca de rosas. Y no había rosas pues los rosales habían sido podados y solo asomaban sobre el suelo los  pequeños troncos que habían dejado los jardineros. Parecía un jardín dedicado a la vid, unas viñas de cepas bajas. Pensamos: no hay rosas pues los rosales esperan algo más de calor y ya florecerán dentro de un mes, dentro de dos meses... Paseamos. Tenemos junto a nosotros el Castillo de la Luz y a un lado del parque está el barco de madera al que unos pintores dan una mano para remozarlo. Pintura roja para la parte baja, que, de navegar el barco, quedaría bajo el agua. Y pintura blanca y azul. Al barco -notamos- le falta la arboladura y por tanto no tiene velas. Ni anclas, ni cadenas. Cerca del barco encontramos un busto sobre un pedestal y, en este, en una placa, leemos: Gran Canaria al Capitán Etayo. Tratamos de recordar. ¿Etayo? ¿Capitán Etayo? Ni su grado de capitán nos refresca la memoria. Por ello, y para satisfacer la curiosidad, acudimos a la red.

En Capitán Etayo estuvo en Gran Canaria en 1992, año en que España celebraba el 500 Aniversario del Descubrimiento de América. Luego estuvo en La Gomera y con su barco la Niña III, carabela réplica de la del Almirante, emuló el primer viaje de Cristóbal Colón en busca de Cipango. Partió de La Gomera el 30 de septiembre y llegó a Santo Domingo en la isla de La Española el 8 de noviembre de 1992, tras treinta y ocho días de navegación -dos más que Colón en su primer viaje-. Al igual que Colón, Etayo estuvo en Gran Canaria. En Las Palmas. Aquel oró, posiblemente, en la ermita de San Antonio Abad del barrio de Vegueta. Etayo y su tripulación de once hombres asistieron, antes de partir para La Gomera, a una misa celebrada en la ermita del Abad. Por todo ello, el reconocimiento. 

miércoles, 19 de febrero de 2014

El Negrín

Tratamos a nuestro hospitales públicos en Las Palmas con exquisita familiaridad. Para empezar les llamamos con nombre suaves, nada estridentes: Insular, Materno Infantil, el Pino, el Negrín... El Pino, ya saben ustedes dejó de desempeñar sus funciones de hospital y se convirtió al tiempo en un centro de día para acoger a personas mayores. Hoy sigue con ello y además atiende a otro sector de la población más joven pero igualmente necesitada. En la tareas normales sustituyó al Pino el moderno Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín. Convendrán ustedes conmigo en que este nombre tan largo es mucho más difícil de recordar y que además es casi, casi, un trabalenguas. Por ello que a mí me guste el nombre corto, o sea, el Negrín. Así le llamé en estos días en que por ajustes necesarios y por otras razones lo he visitado varias veces. Y como yo le tengo un cariño especial, pues en él me trataron de un infarto agudo de miocardio hace una docena de años, volví con el agradecimiento debido a un antiguo compañero de fatigas. El Negrín es un bello hospital, bien diseñado y bien construido, y tiene un plantel humano estupendo. Vaya pues para todas las personas del equipo (desde el mejor de sus cirujanos y especialistas al último pinche de las cocinas) mi agradecimiento más sincero.  

viernes, 14 de febrero de 2014

En el bar

Entramos en un bar-restaurante del barrio a la hora del aperitivo. Sobre el mostrador, preparadas con papel de celofán y corazones, unas rosas. Hoy es San Valentín, día de los enamorados, y alguien ha puesto la jarra con las rosas para su venta. Hay rosas rojas, de color rojo pasión, y es seguro que antes de la hora de la merienda estarán todas vendidas. ¿A quién no se le irá la mano, con amor, en el día de hoy, en regalar una rosa a su amada, a su amado? Junto a las rosas, una nota en una tarjeta, como de felicitación. En la tarjeta alguien ha dejado escrito con bonita letra inglesa: Tenía un sueño... Hasta que llegaste tu... Debemos inferir, por supuesto, que el mensaje quiere decir: Cuando llegaste a mi lado... el sueño, que tan solo era eso, un sueño, se convirtió en una radiante, amable y querida realidad... 

Al lado de lo escrito, el precio del obsequio, en duplicado, ha roto el encanto...

jueves, 13 de febrero de 2014

Reloj

Dos años antes de 1914, año en que comenzó la Gran Guerra Europea, también conocida como Primera Guerra Mundial, un amable relojero bávaro instaló un enorme reloj tudesco en la calle comercial, o sea en nuestra calle Mayor de Triana. El hecho lo recoge (más o menos con estas palabras) Alonso Quesada en uno de los artículos que componen el libro recién reeditado que lleva por nombre Insulario (Crónica de una isla). "Era -nos dice Quesada- un reloj germano (que) no se atrasa nunca; no se adelanta jamás". Me viene a la mente este reloj, que aun podemos ver en Triana, "reloj de estación prusiana, un reloj de horizonte kolosal y férreo" al ver este otro reloj (el de la fotografía) mientras espero la guagua en la parada de la Alameda de Colón. Este otro reloj que, aunque más moderno, ni por asomo se pudo comparar nunca con el que nos legó el alemán Juan Pflüger, lleva parado una eternidad de tiempo; tiempo largo que el pobre reloj no ha podido ir marcando por la desidia, suponemos, del Ayuntamiento.

miércoles, 12 de febrero de 2014

En la esquina

En la esquina de dos calles de nuestra Ciudad -en la esquina de un paseo y de una avenida- hay un muro de regulares dimensiones con forma de arco de circunferencia. Su altura será de unos dos metros y su longitud es suficiente para ser bien visto por los viandantes y automovilistas. El muro es ideal, por todo ello, para servir de soporte a cualquier cosa que quiera ser mostrada. Actualmente el muro casi en su totalidad muestra el arte de un grafitero o de varios, aunque no inclinamos a pensar en solo un artista pues el conjunto de imágenes es uniforme obedeciendo sin duda a un proyecto, a una idea. Las pinturas son caras expresivas de ojos grandes con miradas intensas. Nosotros pensamos que el muro es un perfecto marco y que mejor sería sin duda si no fuera porque la presentación de las obras se presenta efímera, pues están llamadas a ir desapareciendo poco a poco, aquí, a la intemperie, por efectos del desgaste de las aguas, de los vientos y del sol.


domingo, 9 de febrero de 2014

Una farola

Finalizaba el siglo XIX cuando la electricidad domesticada llegó a Las Palmas y con ella se ocultaron tinieblas que eran las dueñas de las noches isleñas. Podemos intuir, a lo mejor adivinar, como eran las calles de la ciudad pequeña y reconcentrada cuando caía la noche, alumbradas tan solo en algunos puntos por faroles de carburo, y podemos imaginar el interior de las viviendas con la luz de los fogones y de las velas en sus candelabros. Con la electricidad domesticada las calles y las casas se fueron encendiendo, ya en el siglo veinte con este gran invento, y es de pensar que las primeras bombillas que las iluminaron colgarían de los hilos eléctricos, tal como las veíamos hasta hace bien poco, hasta que las farolas comenzaron a llegar. Desde entonces acá, las farolas nos han acompañado. Ancladas en los muros de las casas o sobre pedestales. Un repaso que hiciéramos por las farolas de la ciudad nos daría una ilustrada historia del paso del tiempo, y nos contaría las preocupaciones y alegrías de los ciudadanos palmenses. Han sido las farolas, es fácil deducirlo, fieles testigos del crecimiento de la urbe y de los acontecimientos que han jalonado nuestra historia durante más de un siglo. Ellas han cambiado con nosotros y su arquitectura y diseño variado nos pueden contar la idiosincrasia isleña y los gustos que al paso de los años han tenido los alcaldes y concejales, representantes del pueblo. Gustos cambiantes en ellos como cambiantes han sido los nuestros.  
   

martes, 4 de febrero de 2014

Razones varias

Hay razones varias para ir al Puerto. Cada uno, cada una, tendrá la suya que será tan interesante o más que las razones del vecino. Habrá quien vaya por tener en el Puerto un familiar y allí le llevará los lazos de sangre; otros irán porque les guste ver el mar desde La Puntilla, rompiendo sobre los acantilados, o mansamente en la arena de Las Canteras; algunos tan solo vendrán por la devoción mariana -que no es poco- para visitar a la Virgen, que en sus iglesias están en La Isleta bajo varias advocaciones, o simplemente para recorrer las calles del barrio, y echarse un pizco o tomar unos churros con chocolate. A mi me gusta ir al Puerto por todo ello y por ver a los barcos además. Y en mis visitas voy escudriñando rincones y tratando de encontrar cosas que, aunque sean viejas, me resulten nuevas. Así el otro día me encontré con el nombre del bar-churrería que está en una de las esquinas de la calle Juan Rejón, que ustedes pueden leer en la fotografía. Es de suponer que el dueño -o el publicista- no tuvo que romperse mucho la cabeza para encontrar un nombre tan apropiado y tan corto para el negocio: Bar Chur, S.L. Y quedar tan pancho.